La Ciénaga

27 de Septiembre

A la vuelta del Tayrona dejamos a Job en la terminal y nos fuimos a La Ciénaga para salir por un rato del circuito turístico.
La ciénaga es una albúfera; es decir una laguna de agua salada separada del mar por cordones de arena interrumpidos. Está comunicada con el mar, pero a la vez recibe agua dulce, sobre todo cuando el valle del río Magdalena se inunda, y debido a las altas temperaturas de sus aguas hay una gran abundancia de flora y fauna marina. Por eso hay pueblos de pescadores en toda la orilla.


Llegamos pasadas las 10 de la mañana, y todas las lanchas habían salido a pescar, por lo que no pudimos ir hasta Nueva Venecia, donde todas las casas están construidas sobre pilotes en el agua, pero al menos nos tomamos un bote y recorrimos las orillas, el mercado y los criaderos de peces.



     






Definitivamente valió la pena el desvío.



Parque Tayrona

24 de Septiembre          
Finalmente llegó  el momento de ir al Tayrona, un parque nacional sobre el mar Caribe. Es una selva montañosa que termina en el mar, en playas blancas de palmeras… Espectacular.
Combinamos para ir con Job Martens, nuestro amigo holandés que conocimos en los llanos; un flaco muy gracioso y con muchas pilas. Lo esperamos en el mercado de Santa Marta, dese donde sale el colectivo al parque, y donde aprovechamos para comprar algunos víveres.
Al mediodía había empezado a llover copiosamente, y las calles de Santa Marta eran como ríos. El mercado, unas 6 o 7 cuadras de puestos en la calle y las veredas, es muy parecido a todos los mercados, pero con algunos mostradores de carne y pescado que le daban un olor particular. Con el agua por los tobillos no  era de esos lugares que uno quiere visitar…
Acostumbrado a la puntualidad europea, Job no podía creer que su colectivo se demorar dos horas más de lo previsto culpa de la “lluvia” y que a nosotros no nos moviera un pelo el hecho de tener que esperarlo.
El problema fue que cuando llegamos al parque, este había cerrado hacía media hora, y pasar significó unos quince minutos de chamullo y promesas, otra sorpresa para el europeo. (El tipo se jactaba cuando hablaba con otros extranjeros, de las ventajas de viajar con argentinos) El tema es que a las seis y media se pone el sol, y caminar por los senderos de la selva con barro y piedras resbaladizas y sin conocer el camino, no era algo muy seguro, pero finalmente tranzamos en que dormiríamos en Castilletes, el primer campamento.
Tanto la entrada al parque como las estadías en los campamentos eran carísimas. Ni hablar de la comida. Pero el lugar bien vale la pena. Además teníamos nuestras provisiones: Ron, Coca-Cola, pan, queso, atún, fideos, papas y cebolla.
Nuestra primer comida fue memorable. Leña mojada, sin encendedor ni cacerola, nos arreglamos para cocinar unos fideos comestibles que devoramos directamente desde la hoya que nos prestaron, turnándonos el tenedor y las dos cucharas…
Al día siguiente caminamos hasta La Piscina, una playa donde se podía nadar, (hay varias playas con mucha corriente, prohibida para ello) Nos agarró hambre y decidimos comer unos cocos. No se realmente si fue más difícil subir a la palmera o pelar esos frutos…  y lo peor de todo es que o tenían nada de “carne”!! Una verdadera frustración  después de tanto trabajo. Por suerte más arde encontramos algunos que estaban muy buenos, y además mejoramos la técnica de pelado.
Dormimos esa noche en Cabo San Juan de la Guía, y aunque molidos por el viaje, a la mañana siguiente me levanté al alba para tomar unos mates con Nicolás y Darío, unos argentinos del Bolsón que se iban tempranito esa mañana.  Cómo extrañamos el mate!! Lo tuvimos que dejar en Bogotá cuando empezamos con las bicicletas.

Más tare subimos a Pueblito, unas ruinas precolombinas de los Tayrona. El camino por la selva fue increíble, Los árboles, los arroyos, mariposas, los sonidos y paisajes. Siempre trepando por piedras enormes. Nunca sudamos tanto en la vida.
La noche final jugamos a la Carioca y a otro juego de cartas sueco, con Anna y Josefine, unas viajeras de ese país que conocimos a la tarde.














Nos despedimos temprano para que Job alcance su avión...





Santa Marta y Taganga

22 de Septiembre

La llegada al Caribe colombiano no fue lo esperábamos. Desde Bucaramanga tomamos un colectivo a Santa Marta para evitar hacer 600 km de un paisaje no muy atractivo, en una ruta plana, calurosa y llena de camiones, o "mulas" como los llaman acá. 

En la terminal armamos las bicis y partimos para Taganga, un pueblito de pescadores, vecino a Santa Marta, que supuestamente era un paraíso. 

                

Las calles inundadas y con feo olor, el calor abrumador, la edificación, muy fea salvando el centro histórico de Santa Marta, nos fueron bajando el ánimo... y cuando finalmente llegamos a lo que sería nuestro alojamiento, (habíamos conseguido alojamiento en Taganga a través de Couch Surfing) el entusiasmo por llegar a la playa se esfumó... El mío en realidad, y me mantuve mudo todo ese día sin poder ni siquiera fingir simpatía.

Es que nuestro "anfitrión" no era un verdadero Couch Surfer. Tenía un camping por el cual cobraba alojamiento. Y más allá de esa mentira, que a mi me cayó muy mal, el lugar era muy desagradable!! 


Como una regla tácita, hay que sociabilizar con quien te aloja, y por lo tanto nos fumamos al pelado, dueño de casa, toda esa mañana. Fuimos a la playa con el, sus perros y su pato. Yo no pronuncié palabra todo ese día. No podía disimular mi indignación. Por suerte Cata tomó los remos y hasta se divirtió hablando de religiosidad, energía, respiración, meditación y esas cosas, con este falso Hare Crishna, mientras yo leía, inmutable, algún libro.

Al mediodía me dispuse a cocinar unos fideos. Aparentemente las cacerolas no se lavaban para ahorrar agua... cuando elegí la del tamaño adecuado, mis manos estaban como si hubiera cambiado el aceite de un tractor. El anafe, mugriento, se patinaba del cajón donde estaba apoyado, que tenía más grasa que un pesquero de ballenas. 
Por supuesto, almorzamos los 3 juntos, aunque yo parecía estar en otro lado porque de la conversación ni participaba. El pelado decía ser hermano de los animales; de sus mascotas. Que tenemos que aprender de los animales... Yo, para mis adentros, pensaba que el pelado debería aprende un poco de higiene de sus mascotas, que aunque tenían un poco de sarna, daban mejor imágen que la casa.
En fin... 

Poco a poco fueron llegando los demás inquilinos, y el asunto fue cambiando de color. Malabaristas, artesanos, cantantes callejeros, y eventualmente, otros turistas polacos, brasileros, argentinos y alemanes fueron pasando por el "Campamento del Che", como lo llamaba yo. Nos fuimos acostumbrando y hasta llegamos a disfrutar de la estadía. Por la noche, mientras se horneaban los "brownies" algunos se acomodaban en hamacas, otros en camas, en carpas y hasta en el piso. La música reggae sonaba hasta tarde, pero a la mañana siguiente todos se levantaban tempranito a hacer sus tareas. Cata se fue a pescar con los lugareños, y yo me fui a hacer buceo.








Al lugar nos fuimos acostumbrando... y aunque no volvimos a cocinar ahí, nos sirvió de "base" para dejar las bicicletas y las valijas mientras viajábamos a Tyrona, Palomino, Ciudad Perdida y La Ciénaga. 
Lo mas gracioso de todo... Para el pelado yo era un santo y Cata una bruja!! imagínense la indignación de esta, que tuvo que mantener la mejor cara mientras yo hacía la mia!


En bici desde Bogotá a Bucaramanga

12 de  Septiembre

Finalmente dejamos Bogotá. Lo hicimos montando nuestras nuevas bicicletas, sin demasiada idea de lo que podíamos esperar. Yo no me subía a una bici desde que dejé el colegio... Eso si. Determinación de sobra.

Zipaquirá

La primera parada fue en Zipaquirá, a 45 km de Bogotá. De un tirón, llegamos a eso de las nueve y media, y nos pusimos a buscar un hotelito para dejar las cosas y dar una vuelta. Paramos en un quiosco para preguntar por una cafetería, y la señora, amabilísima como resultarían todos los colombianos  y sobre todo los de Santander, nos dijo que por ser visitas ella nos iba a preparar un desayuno. Así que entró para su casa y salió al rato con dos enormes tazas de café con leche y unos "ponqués", que son como budines, y se han  vuelto nuestro  desayuno típico.

Aparte de ser un lindo pueblo para recorrer, en Zipaquirá hay unas minas de sal en las cuales se cavó una catedral y un vía crucis, que fuimos a visitar ni bien conseguimos alojamiento. No esperábamos que fueran tan espectaculares!! Realmente nos encantaron. Eso si... a la media hora de recorrer los túneles de las minas, subir y bajar escaleras nos empezó a bajar la palma, y tuvimos que dormir una siestita en la plaza.



A la tarde, Alejandro Clavijo, un couch surfer, nos acompañó a recorrer su  ciudad.
 


Villa de Leiva

La segunda parada era en Villa de Leiva, un pueblito colonial increíble, sumamente prolijo y con la arquitectura muy cuidada. Las calles de piedra, las casas blancas con techos de teja, los balcones llenos de flores y un marco de montañas... es un lugar perfecto.


Sin embargo el viaje hasta allá no fue tan perfecto... La distancia resultó ser mucho mayor a la que creíamos, y tampoco teníamos experiencia en cómo debíamos alimentarnos.
Salimos temprano, desayunando bien, pero prácticamente no comimos nada más hasta el mediodía, cuando llegamos a Chiquinquirá, y ya habíamos andado noventa km. A esa altura yo veía todo borroso, y me tuve que bajar de la bici y caminar mientras Cata encontraba un bolichito. Con el almuerzo me recuperé bien, pero Cata murió; y los últimos cuarenta y cinco kilómetros fueron una tortura.
Al menos ahora sabemos que comer!! y lo hacemos hasta 7 veces por día!

Nos sorprendió enterarnos de que al igual que en Venezuela, los colombianos no nos bancan. Nos creen unos soberbios insoportables, e igual que nosotros hacemos chistes de gallegos por lo brutos, ellos hacen chistes de argentinos por lo creídos.
Joachim Herzberg, un alemán que viva hace rato en V d L nos invitó a ver su viña y nos convidó un par de vinos de producción propia. Y cuando entramos en confianza nos contó la historia: "Recién vuelto de Italia un Argentino  le cuenta a su amigo -Roma es impresionante, el Coliseo, la Fontana di Trevi, la piazza Navona... eso si. Todos los tanos tiene apellidos argentinos!" 
 
Tunja

Después de 2 noches en Villa de Leiva partimos para Tunja. Si bien eran solo cuarenta y cinco km de distancia, más de la mitad fueron cuesta arriba, ya que Tunja está unos quinientos metros más alto, y por eso es una de las ciudades más frías de la zona.
Recorrimos el casco antiguo, muy lindo, y a la noche fuimos en colectivo a las famosas termas de Paipa. Supuestamente las mejores del mundo... evidentemente no era lo que buscábamos.
                

Oiva

El cuarto día debíamos llegar a Socorro, pero el camino resultó demasiado largo y paramos en Oiva, después de ciento cuarenta y cinco  km, veinte menos de lo previsto. Solo necesitábamos un lugar para hacer una escala antes de llegar a San Gil. El camino... espectacular

San Gil

Al mediodía llegamos a San Gil, a cuarenta km de Oiva. Recorrimos el Gallineral, el parque de la ciudad, que es realmente muy lindo. A la noche nos alojamos en lo de Andrés, otro Couch Surfer que vive en las afueras del pueblo, en una zona campera, vecina a un río. Muy lindo. Nos quedamos 3 noches ahí.
 

Con otros de los alojados, Anushka y Eugene, de Bélgica, recorrimos Barichara y Guane, dos pueblitos muy lindos.
  

  
          
Bucaramanga

Solo nos quedaban cien km para terminar la primera etapa, pero no fueron cien km cualquiera...Nos levantamos Cuatro y cuarto de la mañana para salir a las cinco y media, ni bien amanecía...
Cruzamos el Cañón el Chicamocha!! con un paisaje increíble pero una cuesta muy importante también. Fue el broche de oro para esta etapa tan espectacular!