Como sospechábamos las montañas seguían siendo enormes. Los colombianos nos habían dicho que pasando la frontera las rutas iban a ser mucho más planas, pero nosotros guardábamos nuestras dudas. Después de todo, nos había pasado en todo el camino colombiano: el próximo pueblo está a media horita, en bicicleta es un ratito, ésta es la última subida y después todo barranca abajo… todas falacias inventadas con el fin de darnos ánimo, pero que al final nos obligaban a pedalear por horas y sin poder planificar la ruta.
Cruzamos la frontera Ipiales Tulcán, y seguimos un camino montañoso lindísimo, lleno de fincas chiquitas que cuadriculaban las montañas hasta el infinito. No sé cómo hará la gente para cultivar y cosechar esas chacras inaccesibles...
Paramos a comer en San Gabriel. Unos kilómetros después empezamos a bajar. ¡Una barranca interminable! Sabíamos que tarde o temprano íbamos a volver a subir… El ambiente se hizo más árido, el clima mucho más caliente, y también la gente cambiaba a medida que nos alejábamos de Colombia. Pueblos de gente negra. Muy simpática, pero no tan amable como en la frontera, donde parecían colombianos. De repente apareció un volcán. Uno de los enormes picos que hay en Ecuador, nevado hasta la pollera, perfecto. Deslumbrante. Así es la ruta central que recorre al país de norte a sur por los andes. Nosotros la seguimos hasta Quito.
Los pocos hoteles que había eran muy caros, así que decidimos hacer lo que después de volvió costumbre en Ecuador: pedir alojamiento en la estación de bomberos. Viajando con dos rubias, ¿Quién nos iba a negar alojamiento? Ducha, un par de colchones, un lugar seguro para guardar las bicicletas. No necesitábamos más.
El segundo día llegamos hasta Otavalo. Nos quedaba de camino a Quito y además el mercado de ésta ciudad merece una visita. Los indígenas de la zona trabajan muy bien. Hacen unas artesanías excelentes, desde tejidos hasta collares. Las mujeres van vestidas en ropa tradicional, muy elegantes y son realmente lindas. También encontramos algún que otro artesano argentino. Lástima que nos quedaba tanto por recorrer, porque hubiera sido un buen lugar para llevar regalos… (no esperen nada de regalos que Costa Rica es imosible!!)
Habíamos calculado tres días desde la frontera a Quito, y debíamos pedalear unos ochenta km más, así que salimos temprano. Para un camino llano no es una gran distancia, pero sabiendo que subíamos, no podíamos perder tiempo. De todas formas nos desviamos diez km para pasar por el monumento al centro de la tierra, que está justo en la línea del ecuador, y también perdimos un rato dando una mano en un accidente de tránsito (el más terrible que haya visto) así que hicimos de noche el último kilómetro de la cuesta que nos llevaba a los alrededores de Quito.
En la capital nos esperaban a comer los Mitau, pero tuvimos que postergar el compromiso, y nos quedamos en la primera estación de bomberos que encontramos.
Llegar al centro de Quito, el día después, no fue nada sencillo. Eran varios kilómetros desde la periferia de la ciudad. Para colmo nos agarró una lluvia, y estábamos ensopados. Por lo menos teníamos una dirección a la cual dirigirnos: Plaza Santo Domingo. A una cuadra estaba la estación de bomberos central, y esperábamos que nos recibieran al menos por una noche. Finalmente una noche se hicieron dos, y dos noches una semana o más, porque desde allí salimos para Quilotoa, para Galápagos, para Cotopaxi, dejando todo como si fuera nuestra casa. Tanto tiempo estuvimos que hasta nos dieron una inducción básica de como apagar incendios.
La primera noche en Quito sí fuimos a comer a lo de los Mitau, una familia amiga de los Rojas, que nos recibieron tan bien… Comimos ceviche de camarones, una comida típica de Ecuador, espectacular! Y también una tarta con el sabor argentino que tanto extrañábamos… De postre frutas con dulce de leche!! Les contamos que habíamos dejado nuestro mate en lo de Karol, cuando empezamos a viajar en bicicleta, y cuando nos estábamos yendo nos regalaron un matecito y yerba.
Nos fuimos conmovidos por lo que habíamos vivido. Quizás la familia más linda que conocí. Posiblemente fuera la nostalgia de tanto tiempo fuera de casa…Me cayó una ficha. Entendí lo lindo y valioso de una gran familia, que en la vida diaria de mi casa no suelo apreciar. Posiblemente la distancia me deja enfocar mejor y ver cosas que normalmente no tengo en cuenta. Yo conozco algunas familias así. Pero realmente no son algo común. Son una especie en extinción. En argentina quedan algunas. Marta la polaca, nunca había viso nada igual...
Detalles como la mesa bien puesta, y comer con educación, rezar antes de comer, y la participación de todos en la conversación, con respeto... Y, sobre todo, el cariño de los padres a los hijos, de los hijos a los padres y entre los hermanos... me pareció que lo vivían de una forma particular. De verdad quedamos sorprendidos.
La ciudad de Quito es imperdible. La Plaza Grande, con sus bancos de piedra, La Catedral y todos los edificios espectaculares que la rodean; la plaza San Francisco, igual de interesante; las iglesias, espectaculares! Adornadas casi excesivamente, La Compañía de Jesús, la iglesia Santo Domingo, la de San Francisco, son todas impresionantes. Además las calles y las casas coloniales, los almacenes con frutos rarísimos, y como marco las montañas y la Virgen de Quito, con alas, sobre el Panecillo, el cerro donde nace la ciudad antigua.
Igual nosotros estábamos un poco cansados del arte colonial. Nos tomamos un colectivo a Latacunga, y de allá otro hasta el volcán Quilotoa. Toda la zona está poblada de familias indígenas. Nos quedamos a dormir en la casa de uno al borde del cráter. A la mañana siguiente bajamos a la laguna y dimos una vuelta por l boca. Uno de los lugares más lindos del viaje… Después fuimos para el vecino pueblo de Zumbahua, donde había un mercado bastante decepcionante. Cata se quedó un día más recorriendo estos pueblos tan únicos, pero Marta y yo nos fuimos, porque teníamos avión a Galápagos. Cata en nuestra ausencia subiría el volcán Cotopaxi.
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