Iquitos

3 de Diciembre


Cata fue la primera en llegar a Iquitos. Cuando llegamos los demás, el alojamiento y el programa de la semana estaban resueltos: Alfredo y Lala tenían un cuarto reservado en el Hotel La Casa Morey, que fue en otro tiempo la casa de un rico comerciante de Caucho, muy lindo, y los demás alojamiento gratuito en lo de Javier, un bombero que conoció Cata cuando hubo de buscar asilo en la estación. Después de recorrer todo Ecuador durmiendo en las estaciones de bomberos… ¿Por qué no hacer lo mismo en Perú?
Iquitos no es una linda ciudad. Muy húmeda y calurosa, con una arquitectura descuidada y desordenada, el mayor atractivo es el río. Y posiblemente el mercado de Belén, con los productos más exóticos, como carne de tortuga, víboras disecadas y todos los remedios naturales que uno pueda imaginar. Con 500.000 habitantes, es la mayor de las ciudades inaccesibles por vía terrestre en todo el mundo. Pero el programa nuestro no era en la ciudad sino en la selva.



Anduvimos hora y media en auto hasta llegar a Nauta, sobre el río Marañon. Después de comprar algunas provisiones, subimos a la lancha colectivo donde navegamos una hora hasta la unión de este río con el Ucayali, confluencia donde nace el río Amazonas. No seguimos por el Amazonas, sino que remontamos el Ucayali unos minutos, y luego uno de sus afluentes, un brazo más chico, por el cual nos adentramos en la selva, hasta llegar al Lodge desde donde saldríamos a explorar.
Nos acompañaban un guía, Pepe, algo arrogante para mi gusto, pero muy profesional, y su ayudante Alipio, que no paraba un minuto, y enseguida nos conquistó a todos con su humor y sencillez. Alipio además de cocinar, lavar, buscar la provisiones necesarias, manejar la lancha, cargar los bultos, etc, era el que veía los tucanes, monos, perezosos y demás animales que aparecían en el camino, en las enormes copas de algún árbol, invisibles para nuestros ojos inexpertos.


Pepe nos hablaba de sus proezas, de sus experiencias, de cómo había tratado a otros turistas en diferentes situaciones (muy mal por cierto), y de otras cosas que uno ni escuchaba… eso si: conocía cada planta, sus nombres científicos y usos, y bastante sobre biología y ecología.

 

Nos quedamos a dormir en el lodge la primera noche. Pero las dos siguientes dormimos en campamentos en la selva, sobre hamacas. Alipio nos sorprendió haciendo fuego con leña mojada, y algún papel y cocinando bajo la lluvia. Nosotros nos habíamos resignado a no comer nada caliente… pero de alguna manera preparó una buena sopa de pescado, con plátanos hervidos y algún huevo duro. Un poco de café.
Ya sin lluvia juntamos algunas frutas, cosechamos palmitos, (talamos para ello una añosa palmera…) tomamos agua de lianas y comimos (Alfredo en realidad) unos gusanos que crecían en los frutos de una palmera. Nos hamacamos en lianas larguísimas, y recorrimos la selva, imponente, encontrando los más diversos hongos, platas, flores e insectos. Enorme variedad de árboles y palmeras.

         

 


En Puerto Miguel, una mínima localidad isleña, todos son artesanos.  El broche final, la Ayahuasca. De vuelta en el lodge probamos esta tradicional medicina indígena, aunque el efecto no fue el esperado. No pudimos hacer ese viaje hacia nuestro interior tan alucinante en algunas ocasiones. Solo nos tocó la parte del malestar posterior, muy desagradable. Esperamos poder repetir la experiencia, esa vez más preparados.

Nuestro viaje en bicicleta se había acabado, así que los Rojas cargaron las bicis para Argentina. Después de un poco de aire fresco que nos dejó su visita, seguimos camino con pilas nuevas, libros nuevos y la expectativa de encontrarnos otra vez con Piru tres semanas más tarde, en Costa Rica.

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