Cruzando Brasil

10 de Diciembre

Los Rojas Partieron el diez a la mañana llevando nuestras bicis a Argentina, y para nosotros comenzó la maratón: teníamos que llegar a Costa Rica el 31 de diciembre, subiendo antes el Roraima y pasando por Bogotá. Además con el menor presupuesto posible, es decir por tierra.
Esa tarde tomamos un barco a Santa Rosa, la parte peruana en la triple frontera de Perú, Brasil y Colombia. No era mucha la distancia, pero el barco paraba a cada rato subiendo y bajando pasajeros, por lo que tardamos casi dos días en llegar. Dormíamos en hamacas paraguayas, en las que pasábamos también la mayor parte del día, para evitar el solazo de la cubierta. El barco no era de lo más limpio, pero al menos espacioso y hasta nos daban de comer… unan ganga: dos días de alojamiento y comida por 70 soles!! Además, después de tanto andar, un par de días de lectura y relajación nos venía muy bien.
De Santa Rosa, después de sellar el pasaporte, cruzamos el río para llegar a Tabatinga, territorio brasilero. En vano buscamos algún petrolero que fuera para Manaos y nos llevara gratis y rápido a esa ciudad. Como todos tuvimos que tomar el barco tradicional, mucho mejor y mas limpio que el que nos trajera hasta aquí, pero mucho más caro también. Lo mas grave era que salía dos días después, y el tiempo era escaso. Al menos nos dejaron instalarnos durante la espera, y colgamos las hamacas. Convivimos durante esos dos días con los marineros que descargaron primero la mercadería que trajeran del este y cargaron unas pocas cosas para llevar en la dirección opuesta. En cuatro patas cepillaron y manguerearon el barco entero, dejándolo listo para el día de la partida. Nosotros aprovechamos los días para recorrer Tabatinga y Leticia, aunque realmente no había nada para ver.
Tres horas antas de zarpar empezó a llegar la gente. Miles. Estábamos bien ubicados, en un margen del área delimitada para colgar las hamacas, evitando así quedar en medio de la multitud. Pero nunca sospechamos que íbamos a ser tantos… Hasta los pasillos quedaron tapados de hamacas. Nos pareció muy raro que no hubiera un límite de gente. Zarpamos nomás, incrédulos de lo que nos estaba 
pasando. Una hora más tarde el barco paró en otro puerto, y para nuestra sorpresa subió más gente. También algunos milicos, armados, pero respetuosos nos pidieron los documentos e intentaron revisar los bolsos Digo intentaron, porque por mejor buena voluntad que pusieran, era imposible revisar a conciencia ese caos.
A mitad de la noche Cata no aguantó más. Cansada de pelear por un lugar, igual que los lechones pelean para encontrar su teta, desenganchó la hamaca  la llevó a la galería del bar, en el piso de arriba, donde dormiría en adelante.
El día después una nueva revisación policial. Esta vez los canas estaban impacientes. Realmente el barco era un caos. Pienso que por eso pasó lo que paso: Esa tarde paramos en un puerto de ala muerte, y varios milicos, armados hasta los dientes y con un humor de perros nos hicieron bajar a todos. Luego armaron una fila dejando prioridad a las familias con chicos, y uno a uno volvimos a subir mientras nos contaban. Eso si.. Los últimos setenta quedaron abajo!!
Acompañados por un policía fueron subiendo  de a uno para bajar sus cosas. A las tres horas llegó una lancha colectivo, y los embarcaron allí. Zarpamos nuevamente, aunque ahora íbamos más despacio. Teníamos que esperar al otro barco… Bueno, al menos podríamos dormir algo más cómodos… Pero una hora más tarde la lancha se puso a la par, y sin ni siquiera bajar la marcha los pasajeros fueron saltando con sus cosas de nuevo a nuestro barco!! No podíamos creerlo!!  Estábamos tomando unos Fernets (regalo de Piru) con un par de ingleses, un suizo y un alemán mientras contemplábamos la escena. Incrédulos de lo que estaban viendo les digo “Welcome to South America”.
A pesar de todo lo pasamos muy bien en el barco. De día mucha lectura, de noche algunas guitarreadas con los haitianos, imagen muy pintoresca la de los negros moviéndose y haciendo sus coritos, y también algunas charlas con los gringos, que son siempre tan particulares…


Llegamos a la desembocadura del río Negro de la que tanto me había hablado mi abuela Pepa.  Por kilómetros las aguas del amazonas y su afluente, mucho más oscuro, no se mezclan y el río tiene dos colores. Nosotros remontamos el río Negro unos minutos hasta llegar a Manaos, la ciudad que nació con la fiebre del caucho, y sigue siendo muy importante hoy en día.
Se supone que el castellano es muy parecido al portugués, pero si me dicen que en Manaos hablan árabe o chino yo lo creo! Cerca del puerto había una estación de colectivos urbanos, pero hasta saber cual nos podía llevar a la terminal, estuvimos horas. No entendíamos nada de lo que nos decían!!
Nos hubiéramos quedado a conocer la ciudad, pero no teníamos tiempo. Fuimos a la terminal y compramos los correspondientes pasajes. Hasta que saliera el colectivo hicimos algunas compras de comida para Roraima, sabiendo lo caro que es Venezuela y partimos. A la mañana siguiente llegamos a Boa Vista, donde hicimos un trasbordo y a eso del mediodía llegamos a la frontera. Éramos los únicos saliendo y entrando a cada país, así que el trámite fue rapidísimo. Santa Elena, sin embargo, no está tan cercana a la frontera como para ir caminando, así que hicimos dedo y llegamos  tiempo para planificar nuestra excursión.

  






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