29 de Noviembre
El contraste de la personalidad entre peruanos y ecuatorianos separa estos países mas claramente que le límite imaginario que los divide. Los ecuatorianos, tímidos, sumisos, callados y hasta algo cortos, te ven pasar con indiferencia. En cambio, ni bien pusimos pie en Tulcán, la ciudad fronteriza mas occidental (hay 3 pasos entre ambos países) una hormiguero de mototaxis, autos viejos y buses nos rodearon para hacernos el favor de acercarnos a la “lejana” estación de aduana, que se encontraba a solo 3 cuadras de la frontera…
Cata había cruzado hacía un par de días por La Balza. Ella quiso ir hasta Iquitos en barco, así que desde Macas, al sud este de ecuador, tomo 8 colectivos y una lancha colectivo, siempre con la bici a cuestas, hasta llegar al destino, donde nos encontraríamos con Lala, Alfredo y Piru. Como es su costumbre, con su simpatía se hizo adoptar por una familia, que hacía el mismo viaje, y le inspiraron la confianza de los que conocen los caminos. Era una familia de Gitanos. Muy simpática y acogedora, y le enseñaron algunas reglas de supervivencia, como la necesidad de una hamaca, tupper y cubiertos para el barco, a hacer algunos trucos para ganar unos pesos en alguna plaza, y quien sabe que otra costumbre de esas que atribuímos a esta gente…
Yo por mi parte me hice amigo de una pareja peruana que conocí en Cuenca. Hasta allí llegué yo con la bici, y después de empaquetarla me fui en colectivo hasta Trujillo, Perú, donde pasé unos días antes de ir para Iquitos. Con la pareja amiga cruzamos Huaquilla y la frontera, y llegamos a Chiclayo. Yo seguí solo hasta Trujillo, unas tres horas más.
Me impresionó la aridez del norte peruano. Sin embargo, en los valles fluviales como en oasis, hay todavía cultivos que se riegan con los mismos canales que hicieran los Moches antes de ser invadidos por los Incas.
Las ruinas indígenas en Trujillo están por todos lados. Parecen sembradas. Y son impresionantes. Las Huacas del Sol y de la Luna, templos administrativo y religioso respectivamente, de los Moches, La Huaca del Dragón, a cuyos pies vivieron los Landauro toda la vida, hasta mudarse para la capital, las ruinas de Chan Chan, la Ciudad de barro más grande del mundo, capital del Reino Chimú, que ocupó la zona después que los Moche y antes que los Incas. También encontraron en la zona, hace menos de 10 años a la dama de Cao. Una momia de 1700 años, cuyo descubrimiento demuestra que las mujeres también podían ejercer el poder: con unos veinticinco años fue una de las gobernantes más importantes de la cultura Mochica.
De todas formas, la razón por la que fui a Trujillo no fueron las ruinas indígenas. Hace más de 15 años que oigo cuentos de Trujillo, de sus paisajes, sus costas y sus Huacas, y si bien tenía la curiosidad propia del que escucha atentamente, la razón más fuerte para ir, fue encontrarme con las que me contaron esas historias… Carmen y Clara Landauro. Hacía ya diez años que no las veía, pero en su casa me sentí tan cómodo como si nos hubiéramos visto el día anterior… Nunca se agotaban los temas de conversación. Las comidas, tan familiares, aunque de otros tiempos… ¡Cómo comí esos días en Perú!
De Trujillo tomé un Colectivo a Lima y de allá un avión a Iquitos, a donde ya habían llegado los Rojas: en el aeropuerto de Lima me había cruzado con Lala, Alfredo y Piru, que no sabían que Cata y yo habíamos agarrado distintos caminos…
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