Corriendo a Costa Rica

26 de Diciembre

-¿Vamos a dedo?
No supe que responder a esta pregunta de Cata. Evidentemente no le quedaba un peso… y no daba para joderla. Pero el 31 teníamos que estar en Costa Rica, después de haber pasado por Bogotá, donde habíamos dejado la mitad de las valijas. Debíamos cruzar Venezuela de punta a punta, desde Santa Elena hasta San Antonio de Táchira, donde la oficina de migraciones cierra a las cinco de la tarde, cruzar a Cúcuta y tomar un colectivo de 16 horas hasta Bogotá. Después lo peor… miles de km hasta Turbo, barco a Capurganá otro barco a Obaldia en Panamá, y de ahí si o si avión a Ciudad de Panamá, desde donde tomaríamos un colectivo a Costa Rica… Nunca llegaríamos el 6 días… y menos arrancando a dedo!!
-Va a ser mejor ir en colectivo.
Si el transporte público de Venezuela es un caos todo el año, en Navidad es un desastre. No había colectivos ni el veinticinco ni el día después. Por suerte conseguimos una combi, que en realidad era un colectivo de línea que alguno acomodó para aprovechar la ocasión (éramos miles los que estábamos varados sin poder viajar) y que salía temprano el veintiséis para ciudad Bolívar, a unos 500 km de distancia pero 12 hs de viaje.
El colectivo paraba cada 2 horas para que pudiéramos comer o ir al baño. La policía también nos paró 2 veces, para revisar documentos y los bolsos. Prepotentes, ineficientes, la policía refleja lo ridículo del régimen Chavista.
Más gracioso que nuestro viaje fue el de Santiago, el cordobés que subió Roraima con nosotros. Hizo el mismo trayecto esa noche. Además de las paradas para comer y las revisaciones policiales, el Chofer pasó por casa de unos parientes para saludarlos por las fiestas, mientras todos esperaban en el colectivo. Ya en la ruta chocaron un animal. Algo así como un carpincho. Pararon, lo carnearon, se lo sortearon entre el chofer y los que iban adelante, y siguieron camino.
En ciudad Bolivar no conseguimos pasaje ni para San Antonio, ni para Caracas o Valencia, así que nos tuvimos que quedar un día. Valía la pena. Esta ciudad fue alguna vez la capital de Venezuela, y tiene algunos restos de arquitectura colonial lindos. Además está a orillas del río Orinoco, que nos daba bastante curiosidad. Nos quedamos en la Posada Don Carlos, un hotel muy lindo que tenía también camas y hamacas para los viajeros de bajo presupuesto, y donde había un grupo bastante divertido. Sobre todo Gregorie… un francés fanático de Buenos Aires, donde vivió un año, y que nos recibió con un “no puedo creer que tengan Fernet!”. También allá se quedo Hee, una coreana que había estado en el mismo hostel de Sta Elena, y que como también iba a Bogotá y no sabía una palabra de español, tuvimos que adoptar.
Ya era 27 de diciembre. La frontera de Venezuela cerraba a las cinco de la tarde. Nuestro colectivo llegaría el 28 a las seis. Con mucha suerte íbamos a estar el 29 a la noche en Bogotá. Allá queríamos ver a nuestros amigos.  No ibamos a llegar a tiempo a Costa Rica. Necesitábamos un avión. Por suerte en Venezuela, con el doble mercado de dólares los pasajes cuestan la mitad…
Un pasaje de Bogota a Costa Rica costaba U$S 360, pero cambiando los dólares en el mercado negro, con U$S 180  se obtienen los 960 bolívares que corresponden a 360 en el mercado oficial. Es decir los pasajes cuestan la mitad. El inconveniente es que no está permitido comprar pasajes que no pasen por Venezuela, así que compramos ida Bogotá Costa Rica, vuelta Costa Rica Caracas. Y seguimos viajando con más tranquilidad.

Esa tarde salimos para San Antonio dos horas tarde para un viaje de veintidós horas. En la frontera nos dieron la buena noticia de que por las fiestas de fin de año, la misma estaba abierta hasta las doce. Así que tomamos un taxi entre los tres, y sellamos pasaportes de salida y entrada y nos bajamos en la terminal de donde salía un bondi a Bucaramanga. A la madrugada del 29 llegamos a la terminal y conseguimos un colectivo a Bogotá media hora después. Esa tarde festejamos la llegada con pizza y cerveza en lo de Karol, con Alex, Moni, y después en el boliche con Damián y otros amigos.
Casi olvido contarles sobre el “accidente” que tuvo Catalina en Santa Elena, cuando decidió invertir 
algunos pesos en su imagen, y se hizo los reflejos. Había llegado al hostel con el pelo blanqueado, aunque con las raices mostaza y viendo mi cara de asombro confirmó su sospecha de que algo andaba mal… Fue el motivo de risa para todos cuando subimos el Roraima. Así, y con las piernas llenas de moretones, ralladuras y cascaritas que juntara en la escalada al tepuy, llegó a Bogotá, donde finalmente se decidió a invertir en una peluquería, y donde recuperó la ropa que dejara. Hasta se pintó la uñas antes del viaje a Costa Rica.
Nos salió todo bastante bien. Salvo un detalle. Nos dimos cuenta mientras estábamos tomando unos vinos y comiendo una rica comida de despedida el 30 a la noche en lo de Karol.  
-“¡Piru está en Costa Rica!”- gritó de repente Catalina, que se había puesto a chequear los mail.
No nos sorprendimos. Para nada. Era casi obvio. Triste pero tan probable… Cris y Piru llegaron a Costa Rica el 30, esperando encontrarnos en el aeropuerto; pero nunca aparecimos. Espero que ya nos hayan perdonado. 

Roraima

20 de Diciembre
Siete días de viaje y dos días de espera en Tabatinga, pero llegamos a tiempo. El dieciocho de diciembre por la tarde estábamos en Santa Elena, el pueblo fronterizo de Venezuela, desde donde saldríamos para Roraima. Lamentablemente los otros cuatro del grupo no llegaron... Por un accidente, leve por suerte, los 2 que venían de Caracas postergaron el viaje, y un par de colombianos también se bajaron por una gripe. "Los grupos deben ser al menos de cinco personas para resultar rentables" nos decía Francisco, nuestro organizador, a quien queríamos matar aunque resultó ser excelente.

Mientras esperábamos rezando para que cayera algún turista más, me fuí a recorrer la "Gran Sabana" venezolana, parte del parque nacional Canaima, donde se encuentran también el Roraima y el Salto del Angel, la cascada mas alta del mundo. Entre los "Tepuy", las montañas de la zona, truncas como mesetas, hay enormes valles con pastizales, manchones de selva, palmeras y miles de ríos y cascadas. En este lugar se filmó Jurasick Park. Una de las tantas. No hubiera costado imaginarse los dinosaurios corriendo por allí.


Lo menos agradable de la vuelta fue la compañía. No era mala gente, pero si obtusos y resentidos. Cuatro militantes, sobreentiendo que Kirchneristas, porque no se tomaron el trabajo de aclararlo. Habían venido a Venezuela a ver las "maravillas" de Chávez; y las encontraban por todas partes, maravillandose!! Yo debo estar medio ciego o tonto, porque hasta ahora no encuentro ese lado positivo de las cosas en Venezuela. Por el contrario. Todo en éste país me pareció un desorden. El sistema de transporte, el doble mercado del dolar, los cortes de luz, tan frecuentes, la falta de policía en accidentes de ruta y la mala labor de los mismos durante los supuestos controles antidroga. La inseguridad terrible. Además la propaganda del payaso de presidente que tienen, por todos lados!! ¿Habrá sido tanta la propaganda que preparaba Goebels a Hitler? El lamentable canal público argentino todavía no llega tan bajo. Eso sí... en la república socialista la comida está bastante cara!! Hasta las galletitas son importadas. Lo único accesible, por supuesto, es el combustible, que vale la mitad que el agua y diez veces menos que la leche.

En fin... estos militantes que cada cuatro frases se mandaban un "por culpa de los sojeros", veían todo lindo. Inspiraban miedo. Por la convicción y el odio. Por la falta de ideas propias y de razonamiento. Por un resentimiento sin fundamento.


El 20, aunque no llegamos a ser las cinco personas requeridas, solo sumamos un cordobés atorrante, partimos para Roraima. Nosotros no podíamos perder otro día, y por habernos dado su palabra, Francisco aflojó. Había tres niveles posibles de tour: Con carpa y comida incluidos, en el cual los porteadores se encargan de llevar todo; un tour solo con comida, en el cual cada uno lleva solo su ropa, y el tour más barato, en el cual había que cargar ropa, comida y carpa. Obviamente elegimos el último.
El cordobés, que era un parásito incapaz de lavar su tasa o buscar agua para cocinar, si sabia caminar. Así que en dos días subimos al a cima, donde nos quedamos 3 días completos, recorriendo el lugar más increible del mundo.

Casi siempre nublado o con lloviznas interminables y frías, cuando el sol se infiltraba entre las nubes y la visibilidad superaba los 20 m a los que nos acostumbramos los primeros dos días, el paisaje era espectacular. Miles de ríos y arroyos, plantas rarísimas, piedras esculpidas con las formas más raras, cuarzos, ranas diminutas, vrios tipos de plantas carnívoras, etc. Caminábamos a los saltos, de piedra en piedra, esquivando cuando podíamos el agua, como en e juego de Mario Bros.
Ensopados y con frío, en las noches armábamos el campamento dentro de unas cuevas naturales, hoteles, como los llamaban, y nos podíamos poner ropa seca. Por suerte el guía tenía una cocinita y nos convidaba comida caliente. Nosotros solo habíamos llevado latas y todo tipo de comidas frías. Pero el café y los panqueques calentitos fueron fundamentales para mantener el ánimo. Aparte del ron (otro artículo indispensable en la lista de provisiones).

 












Pasamos Noche Buena en le campamento base. Otro grupo nos convidó las sobras de comida, un arroz con pollo espectacular, comparado con nuestro atún con porotos, era un lujaso! También nos quedaba un poquito de ron, para levantar el ánimo, y de postre, leche condensada directamente de la lata. Quizás no parezca la mejor comida de navidad.... para nosotros fue perfecta!

Cruzando Brasil

10 de Diciembre

Los Rojas Partieron el diez a la mañana llevando nuestras bicis a Argentina, y para nosotros comenzó la maratón: teníamos que llegar a Costa Rica el 31 de diciembre, subiendo antes el Roraima y pasando por Bogotá. Además con el menor presupuesto posible, es decir por tierra.
Esa tarde tomamos un barco a Santa Rosa, la parte peruana en la triple frontera de Perú, Brasil y Colombia. No era mucha la distancia, pero el barco paraba a cada rato subiendo y bajando pasajeros, por lo que tardamos casi dos días en llegar. Dormíamos en hamacas paraguayas, en las que pasábamos también la mayor parte del día, para evitar el solazo de la cubierta. El barco no era de lo más limpio, pero al menos espacioso y hasta nos daban de comer… unan ganga: dos días de alojamiento y comida por 70 soles!! Además, después de tanto andar, un par de días de lectura y relajación nos venía muy bien.
De Santa Rosa, después de sellar el pasaporte, cruzamos el río para llegar a Tabatinga, territorio brasilero. En vano buscamos algún petrolero que fuera para Manaos y nos llevara gratis y rápido a esa ciudad. Como todos tuvimos que tomar el barco tradicional, mucho mejor y mas limpio que el que nos trajera hasta aquí, pero mucho más caro también. Lo mas grave era que salía dos días después, y el tiempo era escaso. Al menos nos dejaron instalarnos durante la espera, y colgamos las hamacas. Convivimos durante esos dos días con los marineros que descargaron primero la mercadería que trajeran del este y cargaron unas pocas cosas para llevar en la dirección opuesta. En cuatro patas cepillaron y manguerearon el barco entero, dejándolo listo para el día de la partida. Nosotros aprovechamos los días para recorrer Tabatinga y Leticia, aunque realmente no había nada para ver.
Tres horas antas de zarpar empezó a llegar la gente. Miles. Estábamos bien ubicados, en un margen del área delimitada para colgar las hamacas, evitando así quedar en medio de la multitud. Pero nunca sospechamos que íbamos a ser tantos… Hasta los pasillos quedaron tapados de hamacas. Nos pareció muy raro que no hubiera un límite de gente. Zarpamos nomás, incrédulos de lo que nos estaba 
pasando. Una hora más tarde el barco paró en otro puerto, y para nuestra sorpresa subió más gente. También algunos milicos, armados, pero respetuosos nos pidieron los documentos e intentaron revisar los bolsos Digo intentaron, porque por mejor buena voluntad que pusieran, era imposible revisar a conciencia ese caos.
A mitad de la noche Cata no aguantó más. Cansada de pelear por un lugar, igual que los lechones pelean para encontrar su teta, desenganchó la hamaca  la llevó a la galería del bar, en el piso de arriba, donde dormiría en adelante.
El día después una nueva revisación policial. Esta vez los canas estaban impacientes. Realmente el barco era un caos. Pienso que por eso pasó lo que paso: Esa tarde paramos en un puerto de ala muerte, y varios milicos, armados hasta los dientes y con un humor de perros nos hicieron bajar a todos. Luego armaron una fila dejando prioridad a las familias con chicos, y uno a uno volvimos a subir mientras nos contaban. Eso si.. Los últimos setenta quedaron abajo!!
Acompañados por un policía fueron subiendo  de a uno para bajar sus cosas. A las tres horas llegó una lancha colectivo, y los embarcaron allí. Zarpamos nuevamente, aunque ahora íbamos más despacio. Teníamos que esperar al otro barco… Bueno, al menos podríamos dormir algo más cómodos… Pero una hora más tarde la lancha se puso a la par, y sin ni siquiera bajar la marcha los pasajeros fueron saltando con sus cosas de nuevo a nuestro barco!! No podíamos creerlo!!  Estábamos tomando unos Fernets (regalo de Piru) con un par de ingleses, un suizo y un alemán mientras contemplábamos la escena. Incrédulos de lo que estaban viendo les digo “Welcome to South America”.
A pesar de todo lo pasamos muy bien en el barco. De día mucha lectura, de noche algunas guitarreadas con los haitianos, imagen muy pintoresca la de los negros moviéndose y haciendo sus coritos, y también algunas charlas con los gringos, que son siempre tan particulares…


Llegamos a la desembocadura del río Negro de la que tanto me había hablado mi abuela Pepa.  Por kilómetros las aguas del amazonas y su afluente, mucho más oscuro, no se mezclan y el río tiene dos colores. Nosotros remontamos el río Negro unos minutos hasta llegar a Manaos, la ciudad que nació con la fiebre del caucho, y sigue siendo muy importante hoy en día.
Se supone que el castellano es muy parecido al portugués, pero si me dicen que en Manaos hablan árabe o chino yo lo creo! Cerca del puerto había una estación de colectivos urbanos, pero hasta saber cual nos podía llevar a la terminal, estuvimos horas. No entendíamos nada de lo que nos decían!!
Nos hubiéramos quedado a conocer la ciudad, pero no teníamos tiempo. Fuimos a la terminal y compramos los correspondientes pasajes. Hasta que saliera el colectivo hicimos algunas compras de comida para Roraima, sabiendo lo caro que es Venezuela y partimos. A la mañana siguiente llegamos a Boa Vista, donde hicimos un trasbordo y a eso del mediodía llegamos a la frontera. Éramos los únicos saliendo y entrando a cada país, así que el trámite fue rapidísimo. Santa Elena, sin embargo, no está tan cercana a la frontera como para ir caminando, así que hicimos dedo y llegamos  tiempo para planificar nuestra excursión.

  






Iquitos

3 de Diciembre


Cata fue la primera en llegar a Iquitos. Cuando llegamos los demás, el alojamiento y el programa de la semana estaban resueltos: Alfredo y Lala tenían un cuarto reservado en el Hotel La Casa Morey, que fue en otro tiempo la casa de un rico comerciante de Caucho, muy lindo, y los demás alojamiento gratuito en lo de Javier, un bombero que conoció Cata cuando hubo de buscar asilo en la estación. Después de recorrer todo Ecuador durmiendo en las estaciones de bomberos… ¿Por qué no hacer lo mismo en Perú?
Iquitos no es una linda ciudad. Muy húmeda y calurosa, con una arquitectura descuidada y desordenada, el mayor atractivo es el río. Y posiblemente el mercado de Belén, con los productos más exóticos, como carne de tortuga, víboras disecadas y todos los remedios naturales que uno pueda imaginar. Con 500.000 habitantes, es la mayor de las ciudades inaccesibles por vía terrestre en todo el mundo. Pero el programa nuestro no era en la ciudad sino en la selva.



Anduvimos hora y media en auto hasta llegar a Nauta, sobre el río Marañon. Después de comprar algunas provisiones, subimos a la lancha colectivo donde navegamos una hora hasta la unión de este río con el Ucayali, confluencia donde nace el río Amazonas. No seguimos por el Amazonas, sino que remontamos el Ucayali unos minutos, y luego uno de sus afluentes, un brazo más chico, por el cual nos adentramos en la selva, hasta llegar al Lodge desde donde saldríamos a explorar.
Nos acompañaban un guía, Pepe, algo arrogante para mi gusto, pero muy profesional, y su ayudante Alipio, que no paraba un minuto, y enseguida nos conquistó a todos con su humor y sencillez. Alipio además de cocinar, lavar, buscar la provisiones necesarias, manejar la lancha, cargar los bultos, etc, era el que veía los tucanes, monos, perezosos y demás animales que aparecían en el camino, en las enormes copas de algún árbol, invisibles para nuestros ojos inexpertos.


Pepe nos hablaba de sus proezas, de sus experiencias, de cómo había tratado a otros turistas en diferentes situaciones (muy mal por cierto), y de otras cosas que uno ni escuchaba… eso si: conocía cada planta, sus nombres científicos y usos, y bastante sobre biología y ecología.

 

Nos quedamos a dormir en el lodge la primera noche. Pero las dos siguientes dormimos en campamentos en la selva, sobre hamacas. Alipio nos sorprendió haciendo fuego con leña mojada, y algún papel y cocinando bajo la lluvia. Nosotros nos habíamos resignado a no comer nada caliente… pero de alguna manera preparó una buena sopa de pescado, con plátanos hervidos y algún huevo duro. Un poco de café.
Ya sin lluvia juntamos algunas frutas, cosechamos palmitos, (talamos para ello una añosa palmera…) tomamos agua de lianas y comimos (Alfredo en realidad) unos gusanos que crecían en los frutos de una palmera. Nos hamacamos en lianas larguísimas, y recorrimos la selva, imponente, encontrando los más diversos hongos, platas, flores e insectos. Enorme variedad de árboles y palmeras.

         

 


En Puerto Miguel, una mínima localidad isleña, todos son artesanos.  El broche final, la Ayahuasca. De vuelta en el lodge probamos esta tradicional medicina indígena, aunque el efecto no fue el esperado. No pudimos hacer ese viaje hacia nuestro interior tan alucinante en algunas ocasiones. Solo nos tocó la parte del malestar posterior, muy desagradable. Esperamos poder repetir la experiencia, esa vez más preparados.

Nuestro viaje en bicicleta se había acabado, así que los Rojas cargaron las bicis para Argentina. Después de un poco de aire fresco que nos dejó su visita, seguimos camino con pilas nuevas, libros nuevos y la expectativa de encontrarnos otra vez con Piru tres semanas más tarde, en Costa Rica.

Trujillo

29 de Noviembre


El contraste de la personalidad entre peruanos y ecuatorianos separa estos países mas claramente que le límite imaginario que los divide. Los ecuatorianos, tímidos, sumisos, callados y hasta algo cortos, te ven pasar con indiferencia. En cambio, ni bien pusimos pie en Tulcán, la ciudad fronteriza mas occidental (hay 3 pasos entre ambos países) una hormiguero de mototaxis, autos viejos y buses nos rodearon para hacernos el favor de acercarnos a la “lejana” estación de aduana, que se encontraba a solo 3 cuadras de la frontera…
 
Cata había cruzado hacía un par de días por La Balza. Ella quiso ir hasta Iquitos en barco, así que desde Macas, al sud este de ecuador, tomo 8 colectivos y una lancha colectivo, siempre con la bici a cuestas, hasta llegar al destino, donde nos encontraríamos con Lala, Alfredo y Piru. Como es su costumbre, con su simpatía se hizo adoptar por una familia, que hacía el mismo viaje, y le inspiraron la confianza de los que conocen los caminos. Era una familia de Gitanos. Muy simpática y acogedora, y le enseñaron algunas reglas de supervivencia, como la necesidad de una hamaca, tupper y cubiertos para el barco, a hacer algunos trucos para ganar unos pesos en alguna plaza, y quien sabe que otra costumbre de esas que atribuímos a esta gente…

Yo por mi parte me hice amigo de una pareja peruana que conocí en Cuenca. Hasta allí llegué yo con la bici, y después de empaquetarla me fui en colectivo hasta Trujillo, Perú, donde pasé unos días antes de ir para Iquitos. Con la pareja amiga cruzamos Huaquilla y la frontera, y llegamos a Chiclayo. Yo seguí solo hasta Trujillo, unas tres horas más.

Me impresionó la aridez del norte peruano. Sin embargo, en los valles fluviales como en oasis, hay todavía cultivos que se riegan con los mismos canales que hicieran los Moches antes de ser invadidos por los Incas.

Las ruinas indígenas en Trujillo están por todos lados. Parecen sembradas. Y son impresionantes. Las Huacas del Sol y de la Luna, templos administrativo y religioso respectivamente, de los Moches, La Huaca del Dragón, a cuyos pies vivieron los Landauro toda la vida, hasta mudarse para la capital, las ruinas de Chan Chan, la Ciudad  de barro más grande del mundo, capital del Reino Chimú, que ocupó la zona después que los Moche y antes que los Incas. También encontraron en la zona, hace menos de 10 años a la dama de Cao. Una momia de 1700 años, cuyo descubrimiento demuestra que las mujeres también podían ejercer el poder: con unos veinticinco años fue una de las gobernantes más importantes de la cultura Mochica.
 
 






De todas formas, la razón por la que fui a Trujillo no fueron las ruinas indígenas. Hace más de 15 años que oigo cuentos de Trujillo, de sus paisajes, sus costas y sus Huacas, y si bien tenía la curiosidad propia del que escucha atentamente, la razón más fuerte para ir, fue encontrarme con las que me contaron esas historias… Carmen y Clara Landauro. Hacía ya diez años que no las veía, pero en su casa me sentí tan cómodo como si nos hubiéramos visto el día anterior… Nunca se agotaban los temas de conversación. Las comidas, tan familiares, aunque de otros tiempos… ¡Cómo comí esos días en Perú!



  
De Trujillo tomé un Colectivo a Lima y de allá un avión a Iquitos, a donde ya habían llegado los Rojas: en el aeropuerto de Lima me había cruzado con Lala,  Alfredo y Piru, que no sabían que Cata y yo habíamos agarrado distintos caminos…